La tierra se rompe, el cielo se oscurece, El sol te golpea con brutalidad quemándote tras pocos minutos de exposición, los mares están llenos de plástico, el agua potable escasea, No volverás a ver hielo en tu vida, tus hijos nunca conocerán el color verde, te has quedado sin árboles, te has quedado sin junglas, has condenado a tu especie, tus pulmones se llenan de alquitrán y toses como si se te fuera a salir la garganta por la boca.
Y todo porque quisiste ir más rápido con tu mierda de coche, porque creíste que era buena idea sacar esa sustancia negra y apestosa del suelo para obtener industria y energía. Querías velocidad, y al final te has quedado sin aire para recuperar el aliento que necesitas después de correr tanto.
Qué curioso. Qué irónico. Toda
la vida nuestras supersticiones nos han dicho que debíamos alejarnos de
la nigromancia, del arte de hablar y manipular en nuestro beneficio a
los muertos como un acto atroz, oscuro y macabro que no trae nada bueno.
Ahora fabricamos la gasolina a partir de una sustancia que hace
millones de años era materia orgánica, es decir, estaba viva, tenía una
conciencia, tenía un alma, y que un día murió, y sus restos fueron
enterrándose bajo capas y capas de tierra, ejerciendo una presión sobre
esa materia prima durante miles de años, dando por resultado lo que
nosotros llamamos Petróleo.
Todos nuestros antepasados, guiados por la superstición, nos avisaron de lo peligroso que era practicar la nigromancia y nos recomendaron respetar y adorar a la naturaleza.
Y sin
embargo, nosotros, los hombres y mujeres civilizados y de ciencias, no
hemos dejado de talar árboles, echar basura donde no debíamos y
abusábamos de las fábricas en las que hacemos nuestra peculiar manera de
practicar la nigromancia, porque recuerda, el petróleo una vez estuvo
vivo, por lo que técnicamente estamos utilizando las energías de los
muertos para que nuestros Ferraris corran un poco más rápido.
Como mínimo, sarcástico.
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