El orco pensativo

El orco pensativo

lunes, 11 de mayo de 2020

Adicción a la creación

    Mi rutina es sencilla. Me levanto, tomo la medicación, me ducho, me visto, doy de comer a mis perros, aguanto las terribles jaquecas que la medicación me provoca, desayuno y subo a estudiar cuatro horas por la mañana, con pausas para comer y aguantándome las ganas de tirarme por la ventana para dejar de sentir los retortijones que me provoca el café y el soportar la cacofonía proveniente de la radio de mi padre, hago la pausa de la comida y estoy otras 4 horas estudiando por la tarde.

    Lo sé, es una mierda de rutina. Mi consuelo es que al menos paso un rato con mis perros por la mañana y que al haber tenido esta rutina el resto del año la cuarentena no me ha afectado mucho, así que la llevo mejor que otras personas. No deja de ser, en absoluto, una experiencia que la podríamos calificar de castrante, y no paran de asaltarme dudas de si he tomado una buena decisión con lo de presentarme a unas oposiciones a profesor. Luego me acuerdo que tengo vocación o que no tengo muchas salidas laborales y se me pasa. Pero aun con todo soy consciente de que me queda todavía un año para las oposiciones, y da toda la pereza y frustración ponerse con esto. Si me preguntaran si recomiendo ponerse con una oposición, les diría que no a no ser que estuvieran muy muy seguros de que quieren dedicarse a ese trabajo por el resto de su vida. Que sí, puesto de trabajo para toda la vida y un buen sueldo, pero a lo mejor no te compensa amargarte un año o dos de tu vida para un examen en el que nadie te garantiza que la suerte esté de tu lado.

    Y sin embargo no puedo parar de crear. Me pongo con el ordenador para hacer los resúmenes de los temas y me empiezan a surgir ideas. El acto reflejo natural en mi ser es apuntarlas lo antes posible parar que no se me olvide. sólo así puedo seguir avanzando. Porque sí, quiero ser profesor, por supuesto. Pero aún no he renunciado a mi sueño de ser escritor y vivir de lo que publico.

    Mi familia considera que me rendí. Cualquiera lo diría, ya no les comento qué apasionante historia acabo de construir, qué son los elfos para mí, qué libro acabo de leer. Quizá porque cada vez que lo comentaba, alguien se reía y luego decía lo estúpido que sonaba. Quizá porque cuando terminaba de decirlo siempre salí la pregunta de marras "ya, todo eso suena muy bien, ¿Pero cuánto tiempo de estudio te quita? te recuerdo que tienes un 4 en mates y tu nota más alta no supera el 7, y estamos ya en el segundo trimestre". Así cualquiera se ve con ganas de compartir nada.
    Pero en Twitter y Discord puedo ser más honesto. Y es que ese es mi gran secreto: Aun estando en esta vorágine de geografía, arte, historia, oposiciones y programaciones didácticas, mi mente necesita liberar todas las ideas que fabrica para la que es mi gran Opera Prima et Magna, si se me permite el latinismo pedante.

    Todo comenzó cuanto tendría 15 años. Se me ocurrió la brillante idea. Quería escribir mi propia novela de fantasía. Había leído varias novelas, visto series, jugado a videojuegos. Todo ello me había lanzado a tomar esa decisión. No sería hasta un año y medio después cuando le conté a un amigo por el chat de Tuenti, con el que lamentablemente ya no mantengo contacto, que estaba escribiendo una novela. Y el me dijo una pregunta que cambió mi vida.

    "¿Pero qué hay a su alrededor? ¿Dónde ocurre? ¿Cómo es el mundo que rodea al protagonista? No puedes hacer una obra de teatro sin el decorado necesario".

    Fue entonces cuando me di cuenta de que no había mundo alrededor. Todo era una amalgama de clichés y un mundo amorfo que ocurría en la nada. Y empecé a hacerme las preguntas adecuadas. ¿Dónde están? ¿Quién los gobierna? ¿Quién vive allí? ¿Cómo funciona la magia? ¿Qué comen? ¿Qué piensan? ¿A qué rezan?¿A qué temen? Y fui dando respuesta a cada una de esas preguntas.

    Sin saberlo, había empezado a hacer Worldbuilding. Creación de escenario.

    Durante casi 13 años cogí el mundo y lo modifiqué a mi antojo, añadiendo detalles y cambiando conceptos por otros más coherentes y sencillos de entender, pero sin quitarle complejidad a lo que estaba creando, y la novela la continuaba, la borraba y la reiniciaba una y otra vez. Acabé memorizando cada línea del mapa del mundo de tantas vees que copiaba a mano lo que iba haciendo, al tiempo que usaba la fotocopiadora de la facultad para hacer cien mil copias del mismo mapa hecho a mano para luego descartarlas o modificarlas una a una porque había puesto una isla más o había modificado una costa en el mapa original. Evolución histórica, economía, pirámides de población, todo ello de manera constante, sin parar. Características de las razas, eventos importantes, la redacción de las diez leyes de la magia para vertebrar todos los acontecimientos fantásticos del universo que estaba creando, ritos, mitología interna, el bestiario. Al tiempo que mantenía los estudios y la novela.

    Pronto supe que eso me llenaba. Cada copia a mano del mapa, cada reacción a eventos no de la trama de la novela sino de la historia detrás de la novela, cada concepto cultural desarrollado, cada detalle puesto a conciencia para dar personalidad a cada una de las escuelas de magia. Me sentía vivo, útil, incluso poderoso. Nada de lo que creaba existía, pero conforme más forma y más detalles le daba más vivo me parecía. Era, y es, algo maravilloso. Por ello guardo cada libreta, cada bloc, cada documento de word. Cientos de apuntes y detalles que los he memorizado como mejor he podido, y que siempre estarán a mi lado, aquí y dentro de 50 años.

    Y aun con todo sigo sin tener suficiente. He creado todo esto, y aún pienso que puedo crear más. Y más. Y más. Y más. Nunca hay suficiente detalle, nunca hay suficiente información. Sospecho que el día que lo termine sentiré gran vacío existencial, y quizá por eso no deje de crear y dar detalles. Cada vez que alguien me dice "deberías acabar cuanto antes y publicar ya", yo me río. ¿Cómo terminar, si prácticamente aún no he empezado?.

    He tomado muchas decisiones en mi vida. Unas buenas, otras malas, todas ellas con sus consecuencias. Pero hay tres decisiones que han reestructurado mi vida. Y aunque las consecuencias de estas tres decisiones no siempre me son favorables, jamás diré que me arrepiento de ellas.

    La primera fue decidir que quería estudiar la carrera de historia, y dedicar mi vida a estudio, divulgación y docencia de la misma.

    La tercera fue convertirme al Ásatrú.

    Y la segunda, pero no por ello menos importante, fue empezar a preguntarme cómo es el mundo que hay en mi imaginación.









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