El orco pensativo

El orco pensativo

viernes, 11 de noviembre de 2022

Moscas

 Relato de Bernat Sunday. Todos los derechos reservados a mi persona.

Una gigantesca nube de moscas como nunca había visto en mi vida se fusionaba con el polvo  la niebla que se levantaban al ritmo del destacamento que se nos acercaba.

Deberíamos estar a media milla o un poco más de distancia, y ya podíamos verles los ojos. Ojos ardientes, brillantes, despidiendo luces y gases verduzcos. Con un brillo sobrenatural que hacía parecer el revoloteo de una marabunta de luciérnagas salidas de un pantano de pesadilla.

Por poco estuve a punto de soltar la pica y vomitar cuando me vino el hedor de esas criaturas. Ni en la más infecta de las trincheras carcomidas por la disentería había sentido tantas arcadas como aquél día. con ese olor que era mezcla de heces, moho, agua estancada, orina y carne podrida.

Nunca podré oler nada más infame y asqueroso  que lo que percibí aquél día. Uno olor que a día de hoy todavía recuerdo y que todavía me atormenta, cómo debía de ser aquello que lo percibía mucho más fuerte e intenso que el olor de las medias cagadas de mis compañeros. 

Algunos se reirán, pero cuando estás a punto de enfrentarte con tu cuadro de picas a otro cuadro de picas es muy difícil mantener las enaguas controladas. El olor a mierda es mucho más común en los campos de batalla de lo que la gente cree. Pero, ese día, eché de menos que lo más fuerte que oliera aquél día fuesen los calzones de Gutiérrez.

Pero lo peor, lo peor de todo lo que ocurrió aquel día, fue verlos de cerca.

Mis soldados son hombres fuertes y disciplinados, no se acobardan ante nada ni nadie. Pero ese día muchos soltaron picas y huyeron. Hay quien los hubiera castigado con la muerte por la deserción.

Pero no lo hice. No podía hacerlo. Les comprendía. Yo lo hubiera hecho de haber sido más inteligente. No hay valor en plantar cara a un enemigo que tiene el rostro de la muerte.

Estaban muertos. Todos muertos, maldita sea.

Y aun así caminaban, agarraban las picas, apuñalaban con ellas a mis hombres. Tenían la piel ajada, las carnes cayéndose a trozos, estaban en avanzado estado de descomposición.

Y, aun así, masacraban a mis hombres, como si de máquinas se tratasen. Sin miedo, sin frío, sin calor, sin ninguna duda. Sin piedad. Simples marionetas al servicio de sus amos titiriteros. 

En un acto desesperado agarré mi montante y me enzarzé en lucha cerrada con esos monstruos. Pero no parecían acabar nunca. Eran cientos, miles. 

Y las moscas, esas asquerosas moscas. Estaban por todas partes, acompañando ese infame olor.

Aún no sé cómo salí con vida aquél día. Los dioses fueron clementes conmigo. Aún sigo yendo de un lado para otro, siendo espada de alquiler, y mi compañía me seguiría hasta el fin del mundo.

Pero en ciertas noches, sueño. Y recuerdo aquél día. Esos huesos decrépitods, esas diabólicas sonrisas de calavera, mis hombres siendo masacrados por sus ancestros, el nauseabundo olor. Y las moscas, esas putas moscas, que su zumbido se me parecía demasiado al de una burla de mal gusto. 

Como si se burlaran del destino de mis hombres.

Divina Auria, sálvame de volver a enfrentarme contra un ejército de no-muertos.

  -Fragmentos del diario de Arsenio Caratejón, capitán de la compañía gris.


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