El orco pensativo

El orco pensativo

lunes, 14 de noviembre de 2022

El amor de Saduq

 

Se cuenta que en los Reinos Muertos, donde moran las almas de los fallecidos, está Seleri, el hogar de las almas de los animales, donde viven en una eterna primavera, sin dolor ni tristeza.

Pero Saduq, el primer perro domesticado, era infeliz. Merna, diosa de los muertos, le preguntó qué le causaba tanto dolor, y Saduq habló de su dueña, de lo feliz que le hizo en vida, de que poco le interesaba la inmortalidad si no estaba a su lado, y la esperaría eones de ser necesario, pues nada más en todo el cosmos lo podía consolar que volver a estar a su lado. 
 
Merna le dijo que no podía hacer nada más que dejarle un lugar donde podría esperar a su dueña hasta que llegara la hora de ésta sin ser perturbado, y que se comprometería a traerla cuando llegase su hora. Saduq dio las gracias, y esperó. Días. Semanas. Meses. Años.
 
Y un día, Merna visitó a Saduq, acompañada de la que en vida fue su amiga, criadora, madre, dueña. Fue el reencuentro más hermoso y feliz que ha visto la existencia, y dueña y mascota pasaron juntos el resto la inmortalidad, hasta su reencarnación en nuevas vidas.
 
Desde entonces, Merna bautizó el lugar donde Saduq esperó a su dueña como la Playa del Reencuentro, la tierra en la que residen las mascotas que no sobrevivieron a sus dueños, donde los esperan hasta que a ellos les llegue la hora, para así volver a estar tan juntos como lo estaban en vida.

Todas las criaturas, sin importar su condición, viven y mueren. Incluso nuestros más cariñosos y peludos amigos. El gran consuelo que queda siempre cuando se va tu mejor amigo, es que te amó más que a nada en este mundo, y que lo hiciste feliz. 
 
Y si le diste todo el amor y cariño que podías ofrecerle, lo volverás a ver cuando llegues a la playa del reencuentro, en Seleri.
 
Pronto o tarde, volveremos a estar juntos.
 
Se os quiere, se os echa de menos. No os olvidamos. Y os damos gracias por haber compartido vuestro tiempo con nosotros.
Y esperamos ser dignos de veros en la Playa de los Reencuentros.

La profecía que se cumplió

  La vidente le dijo que estaba destinado a destruir el mundo.

Y dedicó su vida a hacer todo lo contrario.


Ayudó a la gente, jamás quitó una vida, creó artilugios que facilitaron la vida de los demás. Murió siendo considerado un héroe, y se fue con la conciencia tranquila. Había impedido la profecía.

Pero pasaron los siglos, y sus artilugios fueron la base de extraordinaria tecnología. Tecnología la cual necesitaba incesante cantidad de energía, extraída de los recursos del planeta. Pronto la gente usó la tecnología para abusar de la naturaleza, ensuciaban, contaminaban.

El mundo ahora agonizaba, negro y lleno de hollín y porquería. Un ambiente de pesadilla sin verde árbol ni transparente agua de río. Y flores de plástico descansan ahora en la tumba de quien quiso luchar contra su destino.

Pero, a pesar de sus esfuerzos, la profecía se había cumplido.
El mundo agonizaba por su culpa.

Anterion y Dientescarcha

 La domesticación del Escornau, un jabalí gigante oriundo de bosques y montañas de Taribolia, es atribuida a los tuergos, que han utilizado a esta bestia como montura, animal de carga, de tiro y de alimento durante siglos.


Se dice que a los pies de la cordillera gris vivió el primer jinete de Escornau, Anterion, convertido en líder de los rigantes y que siempre fue acompañado por su Escornau, Dientescarcha.
 

De Anterion se cuenta que era hijo de Aper, el dios-jabalí de la brutalidad y las bestias con pezuñas.
Poco se sabe de este mítico caudillo, pero sus enseñanzas sobre el uso del jabalí gigante se extendieron por todos los reinos tuergos, y desde entonces los mortales saben cabalgar a lomos de los Escornaus.

Damur Khan y la Chaikia Orca

 

El Orco Takkion es considerado uno de los héroes más grandes que ha dado Middengardia.
Nació en las estepas de Angoria, en el corazón de Oriente. En aquellos tiempos los orcos de Angoria vivían a merced de los abusos de la nigromante Morghur Khan, que gobernaba las estepas con puño de hierro. 

Takkion, líder de uno de los Ozan más humildes, dedicó su vida a unir a todos los orcos bajo su estandarte. Les habló de aspirar a algo más, a quitarse el yugo de la nigromante de encima, a buscar pastos verdes para sus rebaños y un mundo mejor para todos los orcos, los cuales estaban unidos bajo el concepto de Chaikia, la gran unión de todos los clanes y Ozan orcos en una nación universal, más allá de conceptos como fronteras o países.


Todos los Ozan de Angoria se le unieron en su campaña contra la nigromante, y derrocó a la depravada Morghur.
Mas no se conformó con eso, pues Takkion, ahora llamado Damur Khan, dirigió a todas sus hordas en una campaña mundial con la que los orcos de toda la Chaikia por fin tendrían un hogar próspero y justo.
 

Hiangguó, el Imperio elutrio, hasta el este de Taribolia fueron conquistados por Damur, dejando a su muerte el Imperio más grande y mejor organizado que el mundo haya conocido.

Pero sin duda su mayor legado es la creación de la Chaikia, la universalización de la raza orca como una comunidad unificada y unida frente a todos los males que la afrentan.
 

Todos los orcos ahora son Chaikia, y Damur Khan es el padre de la Chaikia.

El ciclo de las estaciones

Maltilia, la diosa de la naturaleza, aparece a los mortales en forma de mujer o de osa, pero siempre coronada con cornamenta de ciervo, pues ella es la emperatriz de la vida y el cosmos.

Las estaciones en Middengardia están subordinadas a su voluntad, siendo poderosa y colmada de vigor en primavera y verano, pero somnolienta y cansada en otoño, para en invierno dormir e hibernar, dominando las nieves el mundo en ausencia suya.


Pero como el oso, Maltilia no duerme para siempre, y con los primeros deshielos de la primavera se anuncia su despertar. Y la rueda de las estaciones vuelve a girar, regida por el estado anímico de la soberana de la creación.

Sanderson es la Hawaiana y no por ello es malo

 Me sabe mal por Sanderson, porque parece que se ha vuelto la pizza con piña de la fantasía. Puede gustar o no cómo escribe o cómo es como persona, pero parece hay mucha gente que le gusta odiarlo y que el odio hacia él y ponerle etiquetas se ha vuelto un meme en la comunidad.

Ya lleva siendo tendencia en la comunidad Twitter de los aficionados a la fantasía y la ficción un ciclo, por el que cada cierto tiempo se vuelve a atacar a Brandon Sanderson. Como si fuera temporada de caza y el susodicho escritor fuera el gigantesco ciervo albino con la cornamenta más grande y espectacular del bosque.

Ésto se traduce en muchas personas tildando a Sanderson de racista, homófobo tránsfobo, machista, de que los personajes femeninos que escribe son floreros, o incluso llegando a acusarlo de ser fascista.

¿Y ésto a qué se debe?

Si investigas estas acusaciones, todas van a lo mismo: su orientación religiosa.

Sanderson es mormón, y esta religión o secta, ahí ya no me mojo, no es precisamente la rama más transigente del cristianismo.

Con el tema religión, hay que entender que la fe es algo muy personal, y que una cosa es la doctrina mormona y luego la interpretación personal que haga Sanderson de la misma como practicante. No es justo decir que todos los musulmanes son salafistas, ¿verdad?

Por otro lado, todas las personas que siguen el trabajo de Sanderson hablan de que está pasando por un proceso de deconstrucción, que en sus escritos cada vez incluye más personalidades lgbti, construye mejores personajes femeninos y demás. Igual deberíamos tener eso en cuenta

Yo personalmente no soy un defensor acérrimo suyo. Como todo autor y persona, tiene sus luces y sus sombras y no es perfecto. Y seguramente no sería buena idea que debatiéramos sobre nuestra opinión acerca de la fe y la naturaleza divina. Pero no me lo imagino siendo un n4zi.
 
Lo que sí tengo claro es que como autor ha conseguido mucho. Su capacidad de escribir y publicar me provoca envidia, alucino con la imaginación que tiene y su manera de describir escenas y personas, y sus tres leyes de la magia es una herramienta literaria sublime.
Creo que podemos esperar mucho bueno de Sanderson. Y yo no seré quien me una a la ola de odio que recibe cada cierto tiempo. Si no hay pruebas sólidas de esas acusaciones, no me voy a unir a la demonización de la pizza con piña de la fantasía.
 
Y más teniendo a gente tan "especial" en este mundillo de la fantasía/ciencia ficción como J.K. Rowling, Orson Scott Card o Terry Goodkind. O que aún existan Weiss y Benioff.

  


viernes, 11 de noviembre de 2022

Personajes de la Novela: Andoni Maugir

Imatge

 

Andoni Maugir nació en la ciudad de Arcona, en la húmeda y montañosa región de Ambotia, perteneciente al reino de Kastey. Andoni nació y se crió dentro de los Larruberdeak, el principal clan orco de Ambotia, siendo un niño problemático e iracundo.

Arcona está situada en el valle del río Grifoibaia, donde las personas se dedican principalmente al ganado de grifos de pluma y carne, siendo su carne y leche de gran calidad. Los Larruberdeak tenían mucha fama por sus prendas hechas con plumas de grifo, especialmente capas.

A Andoni no le interesaba mucho eso, y entró como aprendiz del herrero del clan, un maestro del hierro y del bronce. Pero cuando tocó ingresar en el gremio, los maestros herreros de Arcona lo rechazaron, especialmente los que eran humanos. Furioso, se fue de Arcona.

Nadie sabe qué hizo esos años de autoexilio, pero en el clan corría el rumor de que estaba haciendo vida de soldado. Eran los tiempos de la guerra de Nazarias Mayil, así que no era descabellado. Cuando volvió, estaba lleno de cicatrices, y con la mirada de quien había visto cosas

Nada más instalarse donde la casa de su hermana Sara y su padre, dedicado a fabricar y reparar las herramientas del clan. Las cuales eran de gran calidad. Llamó la atención de los maestros herreros del gremio, especialmente de los tuergos, y quisieron proponerle entrar.

Andoni dijo que no estaba interesado en volver a ser aprendiz, que sólo ingresaría en el gremio como maestro herrero y orfebre y tendría su propio taller dentro del barrio orco de Arcona. Los maestros aceptaron, pero sólo si hacía una Opera Magna digna de un rey.

Andoni hizo un collar exquisito, un oro deliciosamente trabajado, y las esmeraldas más pulidas y refinadas que habían visto los maestros en mucho tiempo. El collar pasó a ser posesión de la reina Isadora como regalo de la ciudad de Arcona, y Andoni ya era maestro orfebre. Poco después se reencontraría con el amor de su infancia, Greta. Contrajeron matrimonio ante los dioses y la comunidad.

Pero pasó el tiempo, y Ambotia pasaba por tiempos duros. La gente pasaba hambre y miserias, aún sufrían las penurias de la guerra contra Nazarias. Los arconak miraban con envidia a los orcos, pues ellos prosperaban con sus capas de plumas de grifo y sus artesanías.

Una noche en la que Andoni no estaba debido a un viaje de negocios que estaba haciendo junto a su esposa Greta, los humanos de Arcona se reunieron para atacar el barrio orco de la ciudad, realizando un pogromo en el que desataron toda su crueldad sobre los orcos.

Esa noche hubo asesinatos, robos, torturas, violaciones, y no hubieran parado hasta haber acabado con todos los orcos de no haber sido por la intervención de la guardia y dos antorcheros anónimos. Se guarda en el archivo de la ciudad un informe detallado de lo ocurrido.

Cuando Andoni volvió, supo que en el pogromo su padre había sido asesinado, y su hermana violentada. El culpable de ambos crímenes, un oficial de zapatero, fue ahorcado junto a los principales cabezas del pogromo. Pero los Larruberdeak se fueron de Arcona. Incluido los Maugir.

Andoni, junto a Greta y su ahora hermana embarazada, siguieron a la mitad del clan hasta Pilkerk, ciudad de la academia de magia de Kastey y capital de Ambotia, instalándose en el antiguo barrio mudéjar. Andoni conseguiría ingresar en el gremio de orfebres y herreros de Pilkerk, el cual estaba hasta cierto punto subordinado al consejo de gremios tecnoturgos de Pilkerk.

Llegado el momento, Sara dio a luz a una niña, hija de ese día de violencia que fue el pogromo de Arcona. Cuando vio que pocos miembros del clan asistían a su día de presentación a la comunidad, Andoni los llamó a gritos en medio de la plaza del barrio, exigiendo a todos que miraran a la recién nacida. La alzó, y dijo que se llamaba Amelia, hija de Sara, nieta de Aritz Maugir. Y una Larruberdeak, como cualquier otra, y quien se atreviera a negarle su sitio en el clan sería 4 veces maldito por cada uno de los dioses del panteón. Nunca más volvieron a ningunearla dentro del clan.

Tiempo más tarde, Sara se iría, abandonando a su familia y dejando como tutores de Amelia a Greta y Andoni. Y desde entonces, Andoni y Greta han criado y educado a Amelia como si fuera su propia hija.

Andoni es un hombre robusto y de marcada obesidad, siendo de aspecto hosco y con un primer trato huraño y malhumorado con extraños. Pero conforme coge confianza, se revela amable, extravertido y diplomático, como si las horas en la fragua toda la ira que pudiera tener.

Cuando trabaja, es disciplinado y serio. Se ha pasado gran parte de su vida siendo menospreciado por el color de su piel, y nada le hace disfrutar más que hacer callar las palabras de los patricios y acomodados de Pilkerk con lo que hacen sus manos con el metal.

Todo lo que sabe Amelia de la forja de armas y herramientas, y la elaboración de joyas, lo ha aprendido de Andoni, el cual es uno de los artesanos más afamados de Ambotia, no teniendo nada que envidiar en calidad y excelencia a los mejores tecnoturgos de la academia.

A día de hoy, nadie sabe cómo es que tiene tantas cicatrices por el cuerpo, y existen todo tipo de rumores. Quizás fue una mantícora, quizás fue esclavo. Pero Andoni no ha contado a nadie lo que pasó, a excepción de su Greta, la cual no piensa decírselo a nadie.

Andoni considera que su mayor responsabilidad es Amelia, a la cual ayuda en todo lo que puede, le aconseja y le enseña, y la protegerá de todo mal. Ya puede estar cayéndose a pedazos el cielo, que Andoni pensará primero en poner a salvo a Amelia y a Greta, el resto es secundario.

Es un hombre duro y resistente, y muy cabezota. Busca que Amelia aprenda de él no que deba dar golpes, sino saber recibirlos y seguir adelante. Para él, nada es más importante que la perseverancia en un mundo donde la gente te considera escoria sólo por ser de piel verde.

Muchos creen que su actitud es demasiado complaciente, pero no entienden que Andoni está por encima de ciertas burlas y acusaciones. El suyo es oficio artesano, y su manera de defenderse es trabajar y crear. le pueden faltar al respeto si lo desean, menospreciarle, pero a la hora de la verdad siguen dependiendo de él. Y él aguanta todo lo que le echen encima, porque tarde o temprano se lo cobrará todo.  De hecho, alguno ya ha cobrado, y no ha vuelto a decirle nada más.

"Sé un yunque. Hoy, y hasta que todo mejore. Ya tendrás tiempo de ser martillo" 

"Ningún problema se ha podido resolver con el estómago vacío". 

"Cuatro cosas me salvaron la vida: la forja, la ofebrería, mi Greta, y mi Amelia"

 

Moscas

 Relato de Bernat Sunday. Todos los derechos reservados a mi persona.

Una gigantesca nube de moscas como nunca había visto en mi vida se fusionaba con el polvo  la niebla que se levantaban al ritmo del destacamento que se nos acercaba.

Deberíamos estar a media milla o un poco más de distancia, y ya podíamos verles los ojos. Ojos ardientes, brillantes, despidiendo luces y gases verduzcos. Con un brillo sobrenatural que hacía parecer el revoloteo de una marabunta de luciérnagas salidas de un pantano de pesadilla.

Por poco estuve a punto de soltar la pica y vomitar cuando me vino el hedor de esas criaturas. Ni en la más infecta de las trincheras carcomidas por la disentería había sentido tantas arcadas como aquél día. con ese olor que era mezcla de heces, moho, agua estancada, orina y carne podrida.

Nunca podré oler nada más infame y asqueroso  que lo que percibí aquél día. Uno olor que a día de hoy todavía recuerdo y que todavía me atormenta, cómo debía de ser aquello que lo percibía mucho más fuerte e intenso que el olor de las medias cagadas de mis compañeros. 

Algunos se reirán, pero cuando estás a punto de enfrentarte con tu cuadro de picas a otro cuadro de picas es muy difícil mantener las enaguas controladas. El olor a mierda es mucho más común en los campos de batalla de lo que la gente cree. Pero, ese día, eché de menos que lo más fuerte que oliera aquél día fuesen los calzones de Gutiérrez.

Pero lo peor, lo peor de todo lo que ocurrió aquel día, fue verlos de cerca.

Mis soldados son hombres fuertes y disciplinados, no se acobardan ante nada ni nadie. Pero ese día muchos soltaron picas y huyeron. Hay quien los hubiera castigado con la muerte por la deserción.

Pero no lo hice. No podía hacerlo. Les comprendía. Yo lo hubiera hecho de haber sido más inteligente. No hay valor en plantar cara a un enemigo que tiene el rostro de la muerte.

Estaban muertos. Todos muertos, maldita sea.

Y aun así caminaban, agarraban las picas, apuñalaban con ellas a mis hombres. Tenían la piel ajada, las carnes cayéndose a trozos, estaban en avanzado estado de descomposición.

Y, aun así, masacraban a mis hombres, como si de máquinas se tratasen. Sin miedo, sin frío, sin calor, sin ninguna duda. Sin piedad. Simples marionetas al servicio de sus amos titiriteros. 

En un acto desesperado agarré mi montante y me enzarzé en lucha cerrada con esos monstruos. Pero no parecían acabar nunca. Eran cientos, miles. 

Y las moscas, esas asquerosas moscas. Estaban por todas partes, acompañando ese infame olor.

Aún no sé cómo salí con vida aquél día. Los dioses fueron clementes conmigo. Aún sigo yendo de un lado para otro, siendo espada de alquiler, y mi compañía me seguiría hasta el fin del mundo.

Pero en ciertas noches, sueño. Y recuerdo aquél día. Esos huesos decrépitods, esas diabólicas sonrisas de calavera, mis hombres siendo masacrados por sus ancestros, el nauseabundo olor. Y las moscas, esas putas moscas, que su zumbido se me parecía demasiado al de una burla de mal gusto. 

Como si se burlaran del destino de mis hombres.

Divina Auria, sálvame de volver a enfrentarme contra un ejército de no-muertos.

  -Fragmentos del diario de Arsenio Caratejón, capitán de la compañía gris.


lunes, 31 de octubre de 2022

El Monte de los Condenados.

Las campanas de la iglesia de Firgo empezaron a sonar repetidas veces. Los condes de Montesa y García-Ferro coincidieron que había que dar por finalizada la batida de caza, y ordenaron recoger y volver a la ciudad. 

Pues era víspera de Somyain, y estaban en el Monte de los Condenados.

-Es muy pronto -protestó Pedro Espinera, llegado desde Tolens hacía apenas una semana junto a su padre a ese municipio-, y la caza está siendo buena.

-Son nuestras costumbres, Primo -Dijo Constanza-. Es víspera de Somyain, y estamos en el monte de los condenados. Irnos ya y ponernos al amparo de las murallas es lo más seguro y sensato, mañana podremos retomar la cacería.

-¿Es que acaso hay bandidos por aquí? Si hace falta yo mismo me uniré a la hueste que los haga frente, pocos hay que me igualen con la ballesta. 

-No creo que lo que mora en este lugar se pueda vencer con una ballesta -Dijo Alejo, aprendiz de hechicero y prometido de Constanza, que se les había acercado-. Hace tiempo que pedimos a la Academia que nos enviaran a un tantatólogo para solucionarlo, pero no hubo manera. 

Pedro endureció el rostor. Otra vez tenía que aguantar a Alejo. Cómo odiaba a ese alfeñique afectado. 

-Sea lo que sea, se le puede hacer frente -Dijo Pedro-. Yo mismo tengo experiencia con todo tipo de criaturas. Mantícoras, hurígneos, osos, lobos, hasta los cuélebres han caído bajo mi mano. A día de hoy la tarasca que cacé hace dos años sigue luciendo en las estancias de mi castillo, debidamente disecada.

Alejó rió. 

-Nadie puede negar que te has ganado el apodo de "Cazador" que te han puesto en Tolens. Pero créeme, lo que mora en este monte no es precisamente una tarasca. Ojalá lo fuera. Para ello debo contarte la historia de este sitio. 

Pedro respiró hondo para guardar las formas. No soportaba a  Alejo. Lo consideraba un inútil y un afeminado, sin sangre en las venas. Se pasaba el día con la nariz metida entre libros, y sólo la sacaba para escribir poesía y vete a saber qué otras cosas más.

Y aun con esas, estaba prometido con Constanza. La mujer que se le había prometido a Pedro en mano hace mucho tiempo. 

De verdad que no lo entendía. Él, Pedro, er un portento de la naturaleza. Atlético, fuerte, ágil, en la flor de la vida. Ya había derramado sangre del enemigo, y nadie podía negar que era el mejor cazador del reino. Cientos de mujeres se peleaban para que él les pidiera la mano. 

Y, sin embargo, Constanza, su prima destinada a ser su esposa, había preferido a Alejo, el inútil de Alejo. La simple idea de que la mujer que su padre le había prometido como esposa tuviera a juicio de juicio de Pedro un pésimo criterio para elegir prometido le ponía enfermo.

Pero Pedro supo contener sus ganas de mandar a los doce infiernos a Alejo, y sólo dijo tres palabras.

-Por qué no.

 Alejo se aclaró la garganta, y empezó a relatar:

 Cuando Firgo fue conquistado a los asadíes por los kasteyos, el rey consideró adecuado recompensar la participación de los caballeros del templo de Ongar con la tenencia de este monte, para así pudieran servir como guardia fronteriza contra las posibles invasiones azharitas. Los nobles de Firgo vieron eso como una afrenta pues parecían cuestionar su capacidad para defender esas tierras que acababan de conquistar.

Pasaron los siglos, y la tensión entre los templarios, que mantenían una capilla en lo alto del monte como sede, y los nobles de la ciudad se mantenía, sólo aliviada por las veces que habían tenido que sercvir juntos en la defensa del reino contra invasores. 

Un misterioso extranjero llegó desde tierras desconocidas a Firgo, y convenció a los nobles, ahora patricios e hidalgos, que debían reclamar el monte como de su pertenencia, por derecho de conquista heredado por sus antepasados. Los nobles siguieron su consejo, y cabalgaron en batida por el monte, apropiándose de las presas del coto de caza de la orden, la cual no pasó la ofensa por alto. Y el encomendador que los dirigía ordenó cargar contra los nobles.

Lo que ocurrió fue una batalla en la que nadie sobrevivió, y dejaron el monte lleno de cadáveres de hombres, corceles, algún que otro grifo también había, todo ello para gozo de los lobos que ahí habitan.

Cuando el rey llegó con sus justicias para resolver las disputas ya había ocurrido todo, y declaró que el monte de la capilla quedaba abandonado, y ordenó dar sepultura a los que participaron en la contienda. Pero antes de que pudieran obedecer sus órdenes, los nobles y paladines y sus monturas se alzaron, ni vivos ni muertos. Parecía que iban a a atacar la ciudad, pero no fue así. Formaron como si de una compañía de mercenarios montados se tratara, y pusieron rumbo al sureste, bajo la horrorizada mirada del rey y sus súbditos. 

Cuando estalló las guerras contra Manzabuur, se reveló que el extranjero que había incitado a que nobles y templarios se mataran era el mismísimo manzabuur, siglos antes de autoproclamarse califa, cuando vagó por el mundo buscando conocimiento y poder. Al llegar a Firgo, maldijo el monte, dictando que quien muriera ahí estaría condenado a la no-muerte y le serviría a él hasta que le liberase de este maleficio. Lo hizo así, según se supo tras su derrota, para obtener soldados que lucharan por él en las guerras que iba a desatar en el futuro.

A la muerte del nigromante, sin embargo, los nobles y templarios del monte de los condenados no se hicieron polvo como el resto de sus alzados, sino que volvieron a Firgo, al monte donde murieron, y se dejaron caer en el suelo. 

Desde entonces, todos los años, durante las cinco noches de Somyain, las campanas de la capilla abandonada resuenan. Y los muertos del monte se alzan de nuevo, montan sus osamentarias monturas, y repiten una y otra vez la batalla que les dio muerte, para luego al día siguiente volver a la tumba, y así seguirán por siempre. Pues están condenados a revivir su última batalla por toda la eternidad.

-Y por eso lo llamamos el Monte de los Condenados -Dijo Alejo finalizando el relato.

-A ver si lo he entendido: Nos vamos antes a casa y desaprovechamos un magnífico día de una seguramente muy provechosa caza, porque cinco días al año un grupo de caballeros muertos se alzan para patrullar el monte.

-Así es.

Pedro rió.

-Chorradas. Los muertos que caminan no son sino supersticiones de campesinos paletos. Los muertos no matan, están muertos y pudriéndose bajo tierra hasta el Fin de los Días.

-Es que no están muertos, mi buen amigo. Ni tampoco vivos. Son no-muertos.

-¿Qué?

-¿Lo puedo explicar yo?? -Dijo Constanza, poniendo carita de pena-. El otro día dijiste que lo había entendido muy bien y me hace ilusión.

A Alejo se le iluminó la cara de felicidad, y dijo que adelante.

-Los no-muertos están en un estado contranatura, en el que se supone que ya han dejado de vivir, pero aún no han cruzado el umbral, así que técnicamente no han muerto del todo. Medio viven, medio mueren, ni vivos ni muertos. Por eso sus restos mortales se mueven y actúan, aunque se sigan pudriendo. 

-Lo has vuelto a explicar de maravilla, amor.

-Pues me váis a disculpar, pero aquí sólo hay lobos y quizá algún lince. Lo que acabas de decir ahora mismo sólo es un cuento para asustar niños.

-¿Lo de antes, o lo que acabo de explicar lo de los no-muertos?

-Ambas historias.

Tanto Alejo como Constanza enrrojecieron, como si hubiera dicho una blasfemia. Pedro sonrió: les había hecho callar.

-Pedro... -dijo finalmente Alejo-. La definición de la no-muerte no es folklore de nuestra tierra. Es tanatología básica. Ya sabes, la rama del conocimiento mágico que estudia la muerte y los no-muertos.

Pedro abrió la boca, pero no supo que decir. Guardó silencio y dejó que se alejaran. 

Había quedado en ridículo.


Ya en el castillo, tras la cena, estaba toda la corte de Firgo en sus entretenimiento, mientras sonaba música de fondo. Algunos jugaban a las cartas o al ajedrez, otros quizas preferían mantener largas tertulias, mientras que quien estaba interesado volvía al salón para bailar, o bien sencillamente se sentaba a leer un libro a los más pequeños del hogar. De terror, obviamente, pues esa se tenía por costumbre en los días de Somyain.

Por su parte, Pedro observaba las llamas de la chimenea, aburrido, ocioso. Odiaba estar ahí por el simple protocolo, y más teniendo que soportar cómo Constanza y Alejo se reían y se dedicaban gestos de cariño y mimo. Mientras que al resto les enternecía el amor de los dos jóvenes, Pedro sólo tenía ganas de vomitar, y le asaltaban tanto deseos impuros hacia su prima como rabiosos contra Alejo.

Pensó en las ánimas errantes del cuento, y se preguntó si sería verdad. Si de verdad habría allí fuera un grupo de espectros sin sueño, sin hambre, sin frío. Dedicados sólo a combatir entre ellos, una y otra vez, hasta el amanecer, y así durante otras cuatro noches antes de volver a descansar otro año.

-Sin duda sería mejor que este calvario -susurró para sí.

-¡Ay no! -oyó decir a Constanza. 

-¿Qué ocurre?-Dijo Alejo.

-No encuentro mi banda azul. Creo que la he perdido.

-¿La banda de seda azul bordada con flores blancas que siempre llevas?

-Sí, mi madre me la regaló de cuando vivió en la embajada de Darcotia.

-¿Recuerdas la última vez que la viste?

-Creo que sí, la llevaba cuando volvíamos, y se me debió caer en... en el... en el monte.

Hubo un silencio entre ellos dos. Pedro los miró, y vio que ambos se habían quedado con cara de haber presenciado un asesinato. Pálidos, asustados, incapaces de pronunciar una palabra.

Y a Pedro se le ocurrió una idea.

-¿Dices que tu banda se ha caído en el monte donde hemos estado esta mañana?

-Sí... en el monte de los condenados.

-Que lástima. Es una obra de artesanía exquisita. Y lana darcotana, además. Tengo entendido que en el resto de Taribolia nadie produce unos tejidos que estén al nivel del colegio mayor de la seda de Darcotia.

-yo... -dijo Alejo-. Lo siento mucho, querida. Mañana aprovecharemos la luz del día para buscar la banda, seguro que la encontramos enseguida.

-¿Estás tonto, Alejo?-Dijo Pedro. El cielo está negro por las nubes. Va a llover, y tiene pinta de que caerá una muy gorda. Por la mañana será todo fango y barro, y ahí sí que no encontrarás la banda. Tendría que ser ahora, que hay tiempo antes de que empiece la tormenta. 

-¡Pero qué dices! -Dijo Constanza-. Es ya de noche, Pedro. No hay manera de encontrar la banda.

-Para el enamorado, no-Contestó Pedro-. Alejo, ¿Por qué no vas a buscar la banda?

-¿Qué? ¿Por qué?

-Es la banda de tu amada. ¿Acaso no quieres que tu prometida recupere lo que es suyo? Es una gran oportunidad para demostrar tu devoción hacia ella. Y un hombre como tú, tan cariñoso y atento haría lo que fuera por mi amada prima. 

-Gracias a los dioses que Alejo ya me demuestra su devoción todos los días -le cortó Constanza-. Ahora ya es de noche y sólo es una banda. Nadie va a ir a por mi banda azul en plena víspera de Somyain al monte.

-Vamos, prima. Deja que el chico se haga valer. Seguro que ha aprendido algún truco de magia que le proteja de los lobos.

-No... -balbuceó Alejo-,... no son los lobos, lo que me preocupa. Son los espectros. Y soy aprendiz de hechicero, no tanatomante.

-Oh, entiendo. Los famosos caballeros fantasma. Los jinetes sin cabeza de Manzabuur. Y el Sacamantecas, no te jode. ¡Saca la poca sangre que tienes, blando! Mi prima ha perdido su banda y aquí estás, gimoteando por historias de fantasmas hechas para asustar a los niños.

-Si supieras lo que yo sé...

-¿Saber el qué? ¿Lanzar hechizos?¿Diseccionar cadáveres? Lo único que sabes escudarte en excusas baratas para cumplir con tu deber de futuro esposo.

-¡Pedro ya es suficiente!-Dijo Constanza, y luego se dirigió a Alejo-. Amor, no vale la pena. Sí, le tengo cariño a la banda, pero sólo es un trozo de tela. No es necesario que vayas...

-¡Por favor, Constanza! -intervino Pedro-. ¡Deja de encubrirle!

-¿Se puede saber qué intentas demostrar con ésto? -Exclamó Alejo.

-¿Yo? Nada. El único que demuestra algo aquí eres tú. Por supuesto, yo podría ir. Tardaría menos de una hora y volvería a tiempo antes de que os durmáis, y sólo necesito que me lo pida mi amada prima. Tú, sin embargo, te estás escudando en cualquier excusa para no ir, en vez de aceptar la ordalía que el destino te acaba de arrojar. Como haría un hombre de verdad.

-¡Pedro, cállate!-ordenó Constanza.

-Un hombre de verdad que fuera digno de la mano de mi prima ya habría salido al galope en dirección al monte de los condenados. 

Contanza estalló en ira, corrigiendo a Pedro e instando a Alejo a que ignorara lo que decía su primo.

Pero Pedro sabía que Alejo no escuchaba. Podía ver en la mirada que le sostenía la ira, la rabia, el deseo de demostrar cuanto de equivocado estaba.

Sin decir ninguna palabra, Alejo salió de la habitación, aun estando Constanza intentando retenerle, pero, y al final ella no pudo evitar que se fuera. Pedro oyó cómo Alejo abandonaba el castillo a galope tendido, seguramente en dirección al Monte de los Condenados.

Tras segundos de silencio, Constanza volvió a la sala. Todos estaban atónitos ante lo ocurrido, no comprendían lo que acababa de pasar entre los tres jóvenes. Pedro dio un suave sorbo de vino, y aun estando de espaldas, sentía la mirada su prima apuñalándole la espalda.

-Volverá mañana por la mañana -dijo simplemente-. Estará empapado, titiritando del frío, habrá manchado los pantalones y tendrá la banda atada a su mano. Un baño caliente, una infusión y que repose o duerma si es necesario.

-¡¿Has perdido la maldita cabeza?! -Vociferó Constanza.

-Te he hecho un favor, querida. Tu prometido se hace callos y ampollas sólo con ver la empuñadura de la navaja de afeitar, y al paso que va no le crecerá la primera barba hasta dentro de veinte inviernoss si no aprende a echarle huevos.

-¡LO HAS HUMILLADO Y LE HAS HECHO IR AL MONTE DE LOS CONDENADOS! ¿NO HAS OÍDO NADA DE LO QUE TE HEMOS CONTADO?

-Sólo he oído supersticiones y cuentos de viejas. Los nigromantes murieron, la tanatomancia es un engañabobos, los muertos no caminan. Y tu prometido a la vuelta dejará de ser un pusilánime afeminado tras ver que en las noches de Somyain sólo hay lobos y ardillas. En fin, me voy a la cama. 

Pedro sintió que le tiraban una copa a la espalda. Estaba vacía y era de oro, pero le dolió un poco.

-TE LO ADVIERTO -Bramó Constanza tras arrojar la copa-. Tú has instigado a Alejo, tu has hecho que vague por el monte de los condenados en víspera de Somyain. Todo lo que ocurra será responsabilidad tuya, y si le ocurriera cualquier cosa, por muy ínfima que sea, ¡sufrirás las consecuencias! Yo misma me encargaré de que así sea.

Pedro ignoró la amenaza, y se dirigió a sus aposentos. Ya habría tiempo para llamarle la atención por eso, se dijo a sí mismo. 

Entró en su habitación, y tras coger lo que necesitaba abrió la ventana. 

Bajó, cogió las riendas de su caballo, y tras estar lo bastante lejos le hizo galopar.

Hacia el Monte de los Condenados.

Pronto encontró el rastro que le llevaría hasta Alejo. Cómo no, no había recibido una debida formación en las artes de la caza, y dejaba el rastro de un oso borracho.

Al  rato, divisó a Alejo. Había invocado una bola de luz blanca, que giraba alrededor suyo y le ofrecía suficiente visibilidad. Cuando Pedro lo encontró, estaba tanteando el terreno. Y Pedro vio cómo Alejo cogía del suelo la banda azul de Constanza.

-¡Sí! -Exclamó Alejo-. 

-Impresionante -Dijo Pedro, haciendo que Alejo se sobresaltara-. Has superado mis expectativas.

-He conseguido la banda. ¿Ya soy digno de tu prima y me dejarás en paz? ¿Has venido a ayudarme o a seguir burlándote de mí?

- No exactamente -Dijo Pedro, cargando la ballesta-. Nunca se sabe cuándo podrían aparecer los lobos.

Alejo frunció el ceño, intuyendo que algo no iba bien.

-¿Por qué me apuntas con la ballesta?

Pedro inspiró hondo. Adoraba el olor del bosque. 

-Cualquiera que muera aquí... ¿está condenado? ¿Así lo dice la leyenda?

Alejo asintió, sin entender a qué venía la pregunta. Hubo un silencio muy incómodo, y Alejo sentía cómo crecía el miedo y el terror en su interior.

Y la ballesta no dejaba de apuntarle.

-Se hace tarde -dijo finalmente Alejo-. Sé que no crees en historias de fantasmas, pero debemos irnos ya. Quién sabe si los espectros ya nos habrán visto...

-Alejo -dijo Pedro, como si no hubiera oído a Alejo-. ¿Tendrás que esperarte al Somyain del año que viene?¿O ya danzarás con tus caballeros del monte la noche de mañana?

El aprendiz de mago palideció, habiendo entendido qué quería decir Pedro. 

Alejo abrió  la boca, intentando articular alguna palabra que disuadiera a Pedro.

Pero Pedro le miró fijamente, como la cobra que mira a los ojos de su presa para hipnotizarla. Y arqueó una ceja.

-Pedro, yo...

Apretó el gatillo. La cuerda silvó. Y el virote atravesó el pecho de Alejo. Pedro tiró a Alejo al suelo, y lo amordazó con la banda azul mientras apuñalaba repetidas veces su vientre, desangrándolo y matándolo. 

-¿ÉSTO ESTABA EN TU LIBRO DE MAGIA, MARICÓN? -Rugió triunfante el asesino, y escupió con desprecio-. Púdrete, hijo de puta. Constanza es mía, y tú eres carnaza para los lobos.

Retiró la saeta del ahora cadáver, y sacó la banda azul ensangrentadade la boca, poniéndola en la mano de Alejo. Luego, cogió la manteca de cerdo del zurrón, y lo restregó por los brazos y parte del pecho de Alejo. Los lobos se verían atraídos por el olor, y devorarían el cadáver. 

Miró la banda azul, ahora ensangrentada. Estuvo tentado de llevarse la prenda y ser él el que entregara la prenda a Constanza, pero rectificó. Quedaría delatado como el asesino. Mejor que quedase en la mano de Alejo, que fuera recordado por haber muerto al buscar una banda en el bosque.

Por estúpido.

Se dirigió hacia su caballo, pero éste relinchó asustado. Había algo que lo asustaba. Pedro preparó la ballesta, atento a si habían lobos en las cercanías.

Pero no había nada. Sólo negrura. 

Y niebla.

Una niebla blanca, que no había aparecido antes. 

No supo adónde estaba yendo, pero caminó en busca de un sendero que le llevara fuera del monte. Le empezaba a poner nervioso la niebla. Sintió pisar algo que  crujía, y vio que había pisado un hueso o algo así. Hizo un esfuerzo para discernir el suelo.

El suelo estaba lleno de esqueletos, tanto hombres como equinos. Incluso le pareció ver el cráneo de un grifo. Algunos esqueletos estaban desnudos, otros todavía vestían las vestimentas de su muerte. Le llamó la atención uno que estaba sentado en el suelo, apoyado contra una losa, con una armadura casi completa de hierro oxidado. Miró su calavera, y pensó que se debería llamar Ramiro.

-Los cuerpos de los condenados -dijo Pedro en voz alta. 

No dio más importancia al asunto, pues al lado de la losa de Ramiro había un camino que iba en dirección a la ciudad. llevó al caballo por el camino, y antes de subirse, echó una última mirada al esqueleto apoyado en la losa. 

Pedro rió.

-Supersticiones y cuentos de viejas.

De repente, oyó una campanada. Pedro miró hacia la ciudad. No lo entendía, era demasiado tarde para que el campanero diera la hora. 

Sonó otra vez una campanada.

Y los aullidos de lobos sonaron. 

Fue entonces, cuando fue consciente de que el sonido de las campanadas  provenía del monte de los condenados. Y sintió sudor frío. Alguien estaba en la capilla abandonada, y quizás le había visto matar a Alejo. 

Pedro se dirigió de nuevo hacia el monte para buscar al posible soplón. No quería dejar cabos sueltos.

Sonó otra campanada.

Y a Pedro le vino un olor. Un olor a tumba, tierra mojada, y carne muerta. Tuvo que aguantar una arcada.

Sonó otra campanada.

Y Pedro sintió que hacía cada vez más frío.

Sonó la campanada.

Y Pedro sintió una extraña vibración, una energía que recorría todo el lugar y que él podía sentir. 

Sonó otra campanada.

Y Pedro vio una luz. Luz azul. Pronto fueron dos luces, cuatro, seis, ocho, por todas partes, de dos en dos. 

Pedro veía luces por otdas partes, y no sabía por dónde.

Le dio por mirar a Ramiro, y las cuencas vacías de su calavera surgieron dos luces azules como las que estaban apareciendo por todas partes.

Pedro gritó, y retrocedió, al ver que Ramiro empezaba a moverse. De Ramiro salieron las luces verdes, junto a un vapor blanquecino, que tomó forma de un poderoso guerrero, cuyos ojos eran los luceros azules.

Pedro chilló, y corrió hacia el caballo. Tropezó, se levantó, y llegó a tiempo al caballo, al que lo hizo galopar hacia la ciudad.

Sonó la campanada.

Y comenzó a llover. 

Pero no le importaba a Pedro, sólo quería huir, escapar de lo que acababa de ver. 

Por fin llegó al castillo, y tras dejar a su corcel en las caballerizas entró en su habitación por la ventana. 

Tomó aire, se serenó. Analizó lo ocurrido, y concluyó que sólo habían sido imaginaciones suyas. No habían luces azules saliendo de las cuencas de los muertos, y el que estaba haciendo las campanadas era imposible que lo hubiera visto asesinar a Alejo.

Y eso le tranquilizó.

Se aseó, se  puso el pijama, y se metió en la cama para dormir. Mañana iba a ser un día importante, pues encontrarían los restos de Alejo por la mañana, y Constanza estaría libre para pedir su mano. Sí, estará triste, pero tarde o temprano aceptaría la nueva situación.

Cerró los ojos, y buscó conciliar el sueño. 

Pero era una duermevela, y no encontraba sino distracciones que no le dejaban dormir. El sonido del viento y la lluvia, los perros ladrando fuera entre otras cosas.

Y oyó una nueva campanada.

-¿Quién será el tarado...?-Dijo Pedro, y se cortó a mitad de frase, cuando recordó:

Desde entonces, todos los años, durante las cinco noches de Somyain, las campanas de la capilla abandonada resuenan. Y los muertos del monte se alzan de nuevo.

 Pedro sintió terror, ante la posibilidad. ¿Y si esas luces no habían sido una iluminación? ¿Ysi esos fantasmas saliendo de los muertos eran reales y no pedazos de niebla distorsionados por su imaginación?

-Supersticiones y cuentos de viejas -se repetía una y otra vez como si fuera un mantra.

Sonó la campanada.

Los vidrios ern azotados por el azote del viento, los aullidos de los lobos se oían a lo lejos, las campanadas no dejaban de producirse en la lejanía, un crujir en la madera.

Pisadas sobre la alfombra.

Carcomido por el terror y la paranoia, Pedro saltó de la cama y agarró la espada, desenvainándola y apuntando con ella a todos los rincones de la habitación. 

Pero no había nadie. Absolutamente nadie estaba en la habitación. Sólo Pedro, su agitada respiración, y su corazón corriendo como una gacela. 

Sonó la campanada.

No supo en qué momento lo hizo, pero cayó dormido, en un agitado sueño de sueños desagradables.

Creyó oír una última vez el sonido de una campanada.

La mañana siguiente amaneció con un Pedro más relajado, y riéndose por el miedo que había pasado antes de irse a la cama. Había sufrido de alucinaciones fortísimas y había delirado dejándose llevar por el miedo y las paranoias, pero nada más. Se había dejado llevar por las supersticiones y por los cuentos del estúpido Alejo. Bueno, al menos no tendría que volver  escucharle.

Se levantó de la cama. Abrió los ojos, y miró hacia el escritorio, abriendo los ojos ante lo que percibía. Y entonces lo entendió. 

Los golpeteos de la ventana, el crujir de la madera, los perros ladrando. Las pisadas sobre su alfombra.

Y encima del escritorio estaba la banda azul ensangrentada de Constanza.

Y Pedro chilló como nunca antes lo había hecho en su vida.

Cuando los sirvientes entraron para informarle de que se había encontrado a Alejo devorado por los lobos, se encontraron a Pedro con una mano llevada al pecho, y la otra apoyada en uno de los postes de la cama. Petrificado Los dedos de las manos engarfiados, la boca abierta y desencajada, los ojos desorbitados e inyectados en sangre. Y sin ningún color. Blanco en la piel, blanco en los labios, blanco grisáceo, blanco de la ausencia de vida.

Pues Pedro, estaba muerto.

Muerto de horror.


Cuentan que a un cazador le pilló la noche de Somyain en el Monte de los Condenados y no pudo salir en toda la noche. Afortunado de él, los no-muertos no se percataron de su presencia, y siguieron con su eterna lucha. 

Al día siguiente, tuvo que guardar cama dos días para recuperarse de lo vivido, y contó que vió a unos jinetes persiguiendo a un joven, con el cuerpo ensangrentado y lleno de heridas y llagas, sollozando y corrriendo alrededor de la tumba de Alejo, implorando su perdón y pidiendo piedad a sus persecutores.

Ahora Pedro es uno más en el Monte.

El Monte de los Condenados.


lunes, 13 de junio de 2022

La Emboscada Perfecta

 

A la sombra de los árboles de la provincia de Itherion, Olvetia, un camino serpenteaba por el bosque.

Kendra había recorrido esta senda toda su vida, sabía de memoria cómo caminar por ella.
Había puesto a su presa recién cazada, un enorme gamo, a lomos de su caballo de carga.
El otoño estaba empezando, y podía verlo en las hojas caducas empezando a caer. Pronto toda Itherion tendría los broncíneos colores de la senectud, y tendría lugar la festividad de Somyain.
 
Kendra lo deseaba, estaba muy cansada del calor del verano.
 
De entre los arbustos más profundos, ojos humanos la espiaban. 
Bandidos. Todos ellos con extrañas marcas que los delataban como seguidores del Dios-Mantícora Maktor, señor de la destrucción. 
 Eran Hijos de Maktor, un grupo de forajidos unidos por el culto a su macabra deidad.
 
Pronto vieron a Kendra. De altura media, gigantesca cabellera rojiza, entre ondulada y rizada. Vestía encima de su gambesón el Feileadh Mor verdiblanco del clan Mablaidd, sujetado con un broche al hombro del símbolo del clan: el lobo blanco.
 En su espalda llevaba el arco cruzado junto al carcaj, y con la mano libre de las riendas llevaba un hacha de leñador. Al cinto, una falcata y varios cuchillos.
La vieron como una mujer robusta, con las orejas afiladas propias de un elfo, pero con una constitución y un rostro ovalado, pero bonito, propios de una persona de raza tuerga.
Medio elfa, medio enana. Una idirien. Las espaldas anchas y los brazos fuertes la delataban como consumada arquera.

Sin duda, debía de ser una persona fuerte y peligrosa. Pero a los hijos de Maktor les valía la pena.
Hacía mucho que habían perdido el miedo a enfrentarse a cualquiera. Llevaban meses viviendo del saqueo y el pillaje, y no les había ido nada mal.
La presa de caza que llevaba, en el caballo ya era de por sí un suculento botín, pero tanto el feileadh mor, con su broche como las armas y herramientas que portaba tendrían mucho valor. Y, quién sabe, quizás muy buenas monedas.
 
Pero no era lo único que anhelaban de Kendra. Todos sabían lo que querían hacerle cuando le rompieran las ropas. Y nadie de la banda iba a oponerse.
Kendra avanzaba, distraída, pensando en sus cosas, cuando vio que el camino había sido cortado por varios troncos caídos.
De entre los arbustos y demás escondites salieron muchos hombres armados, todos ellos con aspecto de haber estado durmiendo al raso durante semanas.
 
 -Es un camino muy peligroso, señorita -dijo uno de ellos-. Dicen que hay malhechores por los alrededores.
 
Todos le rieron la gracia, pero el que había hablado vio que la enanelfa se mantenía serena. Sus brillantes ojos verdes mostraban indiferencia, y su pecoso rostro parecía una indescifrable piedra.
 
 -Mi nombre es Antón -Volvió a hablar el bandido-, y en nombre de mis chicos te doy la bienvenida a mi peaje. 
 
Kendra sonrió, y habló con dulce voz.
 
-Un placer conocerte, Antón, señor del peaje. 
 
-Nos ha salido graciosita, la elfa -comentó uno de los subordinados de Antón.
 
-¿Con esa cara que me traes? -Dijo ella-. Lo raro es que alguien no se ría en tu cara.
 
-Calmémonos todos -Dijo Antón-. Aunque reconozco que cualquier persona que mande callar a Raúl me cae bien. Es un bocazas incorregible. 
>>Pero, explícame, ¿Qué hace una dama tan guapa como tú vagando sola por los bosques? Hay gente muy peligrosa al acecho. No sabes la suerte que tienes de habernos encontrado.
 
-¿Yo, Dama? -Dijo Kendra con sorna-. Torás me parta en dos antes que ser una dama. Soy una mujer de los bosques.
 
Kendra se fijó que muchos habían hecho gestos de incomodidad, incluso ademanes propios de alguien que quiere alejar la mala suerte. No fallaba: todos los seguidores de Maktor temían a Torás.
 
-Mujer de los bosques o no -Dijo Antón-, corres un grave peligro. Si no es por los bandidos, quizás sean las mantícoras las que te maten. Se han vuelto muy peligrosas. Nosotros podemos protegerte hasta llegar a tu destino. Sólo tienes que pagar tu peaje, con ese suculento ciervo. 
 
<<¿Acaba de llamar "ciervo" a un gamo?>>, pensó Kendra. 

-Y también -añadió Antón, con un tono de voz que era una clara invitación-. divertirte con nosotros, un poquito. Las noches del bosque suelen ser muy frías. Haznos entrar en calor, y mañana podrás pasar. Sólo ábrete de piernas y sonríe. 
 
Kendra rió.
 
-El sueño de mi vida. 15 hombres dispuestos a saciarme y calentarme la cama durante una sola noche. Qué afortunada soy -Dijo con sarcasmo. 

Reconocía que la idea no le desagradaba, le gustaba estar con varios hombres (y varias mujeres) a la vez.
Lo que le desagradaba era quién se lo estaba proponiendo.
 
Esos adoradores de dioses del caos llevaban demasiado tiempo saqueando y violentando las tierras de su alianza de clanes. Y las tropas del rey, el "bendito conquistador y traedor de la civilización"como lo llamaban los pregoneros propagandísticos, no habían hecho nada para evitar el bandidaje. 
 
-Es una lástima -continuó Kendra- que mi líbido no se vea estimulada por hombres cuyo aliento huele a mierda, y se creen que por comer casquería humana están cerca de un dios maníaco. Además, dudo que pudiérais aguantar el ritmo; mis caderas son fuertes, y he dejado paralíticos a más de uno que se creía más fuerte de lo que era.
 
Se hizo el silencio. Los gestos de los bandidos empezaron confusos, pero pronto se hizo evidente que estaban enfadados. Kendra lo notaba, y no podía dejar de sonreír, y seguía calmada.
 
Los tenía justo donde quería.
 
-¿Cómo sabes lo de nuestra fe? -Dijo Antón, finalmente.
 
-Mi buen Antón -Contestó ella divirtiéndose-, es bastante evidente. Sólo hay que ver vuestras pintas y vuestra cara de haber estado comiendo carne cruda durante meses. además, sois como las ratas: estáis por todas partes.Y vuestro olor a carne podrida mezclada con heces os delata a una milla de distancia.
 
Uno se le puso enfrente y la amenazó con un cuchillo.
 
-Cuida tu lengua, zorra. O te la cortaré para luego follarte la garganta.
 
Kendra arqueó una ceja.
 
-En tu cabeza suena más intimidante. A mí me parece el comentario de un niñato.
Kendra lo agarró de los testículos y se los retorció, provocando que éste soltara el cuchillo y soltara un mudo grito de dolor.
 
-Y dime, ¿Cómo vas a... "follarme" la garganta si te arranco los cacahuetes de cuajo?
 
 -¡SUFICIENTE! -Gritó Antón, dando la orden de que apuntaran con sus armas-. Suéltale o te destripamos. 
 
-Dejadme pasar y le soltaré los huevos a vuestro amigo.
 
-No sabes a quién estás desafiando, puta. Si sabes lo que te conviene vas a soltarlo y a hacer lo que te digamos. O atente a las consecuencias.
 
Kendra posó el filo de su hacha sobre el cuello del bandido al que tenía cogido por la bolsa escrotal.
 
-Oh, ¿así que ya has perdido los exquisitos modales de hace unos instantes? Que desfachatez, llamar puta a una mujer de bien como yo. No te conviene tratar así a una mujer si quieres seducirla.

-¿Has perdido la cabeza? Estás rodeada y no tienes adónde ir. Podrías haber pasado un rato agradable conmigo y mis hombres, y sólo tenías que sonreír y hacernos caso. Ahora vamos a hacer contigo lo que queramos, y una vez acabemos te sacrificaremos a La Gran Mantícora.
 
-Dudo mucho que eso llegue a pasar. TÚ -Dijo Kendra a quien le apuntaba con una ballesta-. Sigue apuntándome con eso y te lo meto por el culo.
 
El bandido con ballesta bajó su arma, desconcertado.
 
-¿Y qué te hace pensar que saldrás de ésta con vida? -Dijo Antón, curioso.
 
-Déjame pensar -Contestó Kendra, con gesto pensativo-. No sabes diferenciar entre un ciervo y un gamo, y hay un pequeñito detalle que debería de haberte llamado la atención.
 
-¿A qué te refieres?
 
Ella soltó al bandido de sus testículos, y éste se puso detrás de Antón. Éste hizo un gesto de que se quedaran quietos. Kendra cogió su hacha con las dos manos.
 
-¿Cómo es que sé que sois 15 si aquí mismo sólo hay 8 de los vuestros?
 
Antón torció el gesto, dándose cuenta de que era verdad: sólo eran ocho personas de la banda los que estaban ahí con él. El resto estaba oculto entre la maleza.
 
-Cualquier rastreador lo bastante capacitado podría haber detectado a mis hombres ocultos. Los cuales ahora mismo te están apuntando desde sus escondites...
 
Kendra sonrió y contuvo la risa.
 
-Más bien, "estaban".
 
De repente, se oyeron aullidos, que desconcertaron a los hijos de Maktor. Entonces Kendra respondió a esos aullidos con su propio aullido, dando la señal.
Y su Talpe, su manada de montaraces y almogávares, entró en acción. 
 
El aire se llenó de los gritos de los bandidos ocultos, siendo acuchillados por los montaraces de Kendra.

-JODIDA ZORRA TRAICIONERA - gritó uno de los bandidos antes de atacarla. 
 
Ella desplazó su pie hacia un lateral, golpeó sus piernas con la parte plana de la cabeza del hacha, y una vez cayó al suelo le abrió la cabeza de un hachazo.
Y mientras sacaba el hecha del cráneo, su Talpe caía sobre los hijos de Maktor. 
 
Errol cuajaba a navajazos a uno por detrás, mientras que Samrio lanzaba su jabalina, la cual impactó contra el pecho de un bandido.
Culcas y Aunia peleaban con sus falcatas, y daban muerte a cualquiera que estuviera cerca de ellos. 
 
 Nianna, la dendromante peliverde, lanzó con su cayado un rayo de luz solar abrasador, quemando el rostro de uno de los bandidos, al timepo que con un gesto de su mano hizo que plantas trepadoras atraparan a un hijo de Maktor que había estado a punto de cortarle la cabeza.
 
-Quédate ahí -dijo Aunia cuando pasó al lado del bandido atrapado-, luego te enseñaremos lo que es el dolor.
 
Por su parte, Kendra sacó la falcata, y mientras paraba con el hacha un golpe de martillo, le abría el estómago con la espada.
 
-OLVETIA GU BRÀTH -Gritó Kendra, antes de rajarle el cuello a otro.
 
Pronto casi todos los hijos de Maktor estaban muertos. Sólo quedaba Antón, armado con una espada de mano y media y siendo rodeado por los montaraces de Kendra. Todos ellos con sus armas manchadas en sangre, todos con el feileadh mor, algunos con el mismo patrón que Kendra;  otros, como Nianna, el azul y verde de los Makirin, o el rojiámbar del clan Arkaiarth, como Culcas. No eran extrañas estas compañías formadas por miembros de diferentes clanes.
 
-Buena caza, Compañeros -Dijo Kendra, mientras envainaba la falcata y volvía coger a dos manos el hacha-Pero éste es mío.
 
- Kendra -Dijo Nianna, su voz de la razón-. No lo prolongues demasiado. Haz lo que debas y vayámonos sin dejar rastro.
 
-No seas aguafiestas, Niann-Protestó Kendra-. Déjame jugar con mi nuevo amigo.
 
Antón no bajaba la espada. El miedo y la rabia hacían que sus manos temblaran.
Sin embargo, Kendra estaba relajada, expectante. Curiosa. No era una sádica que disdrutara torturando o matando, sólo era una persona que prefería estar relajada ante cualquier tipo de presión. Lo hacía todo mejor cuando no se dejaba llevar por el estrés. 
 
-¿¡Cómo es posible!? -Bramó Antón-¡Estábamos preparados para cualquier cosa!
 
-Pero no para mí -Dijo Kendra-. Ni para ninguno de mi Talpe. Teníais un buen escondite, un plan de acción perfecto.  Vuestro rastreador os daba la alarma desde la linde del bosque cuando veía a una posible "víctima", y casi a mitad del camino hacíais la emboscada.
 
-¿¿QUE HAS HECHO CON EDGAR??
 
-¿Así se llama el rastreador? Errol le cortó el cuello tras dar el aviso de que yo iba en vuestra dirección. No podíamos matarlo antes de que el señuelo, una servidora, hubiera sido por él y diera la alarma para que preparárais la trampa. El resto ya lo sabes: Me asaltas, me intentas dar por culo, y descubres que tú no eres quien ha tendido una trampa. Sino nosotros.
>> Ha sido demasiado fácil. Normalmente estas operaciones me suponen una semana de planificación. Pero sólo os hemos tenido que vigilar y observar durante dos días.
 
-¿Nos has estado espiando?
 
Kendra abrió los brazos para referirse a los árboles.
 
 -En todo momento. No puedes hacer una debida emboscada si no sabes por dónde va a ir tu presa. Huelga decir que no fuísteis capaces de detectarnos en ningún momento. Lo cual es una maravilla, hemos dado con los hijos de Maktor más tontos de toda Olvetia.
 
-Maldita zorra -masculló Antón-. La ira de Gran Mantícora te destripará y convertirá tu cadáver en...
 
-Ahórrate las maldiciones de pacotilla -le cortó Kendra-.
 
-NO SABES LO QUE SOMOS CAPACES DE HACER. SOMOS LOS ELEGIDOS DEL VERDADERO DIOS DE LA GUERRA Y LA MUERTE.
 
-Oh, ya veo. El mismo que fue derrotado por Aníbal, por Torás y por Auria, los tres adorados como dioses de la guerra. Creo que tu dios es bastante débil.
 
 -SOY ANTÓN TADEZ VELASCO VILAS, HIJO DE TADEO VELASCO, ELEGIDO POR MAKTOR PARA ERRADICAR TODA FORMA DE VIDA QUE LO CONTRARIE. SOY LA COLA DEL ESCORPIÓN, LAS FAUCES DE LA MANTÍCORA, LA IRA DESATADA DE MI PATRÓN.
 
 Kendra sólo apoyó su mano libre en su cadera, y arqueó una ceja. La indiferencia ante la amenaza desconcertó a Antón. 
 
-Yo me llamo Samrio -Dijo Samrio, y todos le rieron la gracia.
 
 -Ya que jugamos a las presentaciones -Dijo Kendra, tras recuperar la compostura-, haré la mía. Me llamo Kendra Roy Mablaidd; Mi padre es Zuron Stellion Ro-Arkaiyarzos, y mi madre es Iasdara Roy, jefa del clan de los Mablaidd de Itherion. Y tú, Antón Velasco, has tenido la mala idea de venir a mi hogar y saquearlo conforme te ha dado la gana.
>>Y por el poder que Ferox me ha otorgado, en nombre de mi madre, la jefa Iasdara Roy Ro-Mablaidd, te sentencio a muerte.
 
Preparó el hacha para soltar el golpe, y con una media sonrisa, dijo un último comentario:
 
-Sólo ábrete de piernas, y sonríe.
 
Antón soltó la espada y salió corriendo. Nadie le paró la huida. Sabían lo que Kendra quería hacer ahora. Y no iban a negarle la presa.
 
Kendra clavó el hacha en un tocón, y descolgó el arco. Puso una flecha, y apuntó, sin aún tensar demasiado. Quería ahorrar fuerzas.
Antón había empezado a moverse en zig zag entre los árboles, ladera abajo. El muy canalla no era tan tonto, y sabía que podían dispararle por detrás.

Kendra empezó a mover de un lado a otro el arco mientras hacía los debidos cálculos. Se conocía cada uno de esos árboles, y podía notar cómo un viento de levante soplaba suave. Éso podía desviar la flecha, y los pinos suponían obstáculos con los que el fugitivo podía protegerse del tiro.
La idirien podría perfectamente usar un aluvión de flechas, bajo posibilidad de que una acertara.
 
 Pero a Kendra no le gustaba desperdiciar flechas, y en esos microsegundos calculó a ojo la velocidad del zigzagueo de Antón, el viento, los huecos libres entre los árboles, e hizo casi de cabeza la correspondiente ecuación.
 
 Y dio con el sitio adecuado.
 
Tensó con todas sus fuerzas, hasta el punto de que los brazos y la espalda empezaban a dolerle, siguiendo con la punta de la flecha la figura de Antón, hasta que estaba a un segundo de llegar al hueco elegido.
 
Y soltó la cuerda. 
 
La flecha voló en menos de un segundo ladera abajo hasta impactar con fuerza sobre Antón como si hubiera sido una pedrada entre los homóplatos.  
 
El cuerpo del saqueador cayó al suelo por el impacto, y Kendra oyó a sus espaldas los vítores de sus compañeros. No necesitaban comprobar si la presa seguía con vida o no. Había sido un tiro limpio, preciso y directo.
 
Estaba muerto.
 
 El Talpe de Kendra celebró su victoria frente a los bandidos, e interrogaron al prisionero que había hecho Nianna antes de ejecutarlo, para que les contara sobre más grupos del culto a Maktor a los que cazar otro día.
 
 Después, saquearon los cadáveres, al tiempo que cortaban las cabezas de todos los bandidos, que fueron llevadas junto al botín a Koridis, donde residía Iasdara. Kendra mostró las cabezas, al tiempo que explicaba cómo lo había hecho. 
 
 Y ella y sus compañeres fueron vitoreados y reconocidos como héroes de la comunidad. Se habían ganado la gloria aquel día.